26 de octubre de 2014

El Deportivo se marchó de Barcelona con un empate tan milagroso como inesperado. El Espanyol recuperó sus mejores sensaciones futbolísticas pero fue penalizado por su falta de acierto ante la portería de Fabricio, que vivió un asedio absoluto y sobrevivió como nadie habría imaginado.


Ausente Sergio García por lesión, el equipo periquito jugó menos atado a su jugador franquicia, más animoso en sus combinaciones y libre... Pero se estrelló ante el portero deportivista, que frenó a Lucas Vázquez, a Stuani, a Caicedo en la segunda mitad, a Álvaro y a cualquiera que le pusiera a prueba. Tan inexplicable como cierto.





Que hay vida después de Sergio García lo demostró el Espanyol en su mejor actuación de la temporada. Irónicamente no ganó pero enseñó lo que anunció allá por el mes de julio su entrenador Sergio González, quien se presentó dando a entender que su libreto se presidía a través del fútbol. Dos meses después de comenzar la Liga el equipo blanquiazul se adaptó a lo que pretendía su técnico y la hinchada, desesperada por el empate final, le despidió con una ovación que premió su expresión futbolística.



No se recordaba en el estadio periquito un partido de Liga en que el rival, fuese quien fuese, viviera encerrado en su área, despejando balones de cualquier manera y hasta renunciando a salir a la contra. El Deportivo, dirigido por un Víctor Fernández que en su día personalizó la apuesta por el gusto ofensivo, fue un equipo empequeñecido, menor y alejado de cualquier historial que se le pudiera suponer.



Parece imposible adivinar cómo pudo el Deportivo aplastar la pasada jornada al Valencia a la vista de lo que ofreció en Barcelona este domingo. Solo se atrevió a traspasar con más de 4 jugadores la línea central en balones parados y se amontonó de cualquier manera en su área y en la frontal para sobrevivir.



Kiko Casilla intervino una vez, una solamente, con un mínimo de problemas, señal inequívoca de lo que fue el equipo gallego. El Espanyol, calmado y brillante en la primera mitad, completó 25 minutos eléctricos en el comienzo de la segunda. Fueron 25 minutos de un vértigo inimaginable y que invitó a disfrutar a una afición que no recordaba un partido con tal intensidad.



Agotado por el esfuerzo, y cansado de estrellarse una y otra vez ante Fabricio, el equipo blanquiazul mantuvo la tensión hasta el último suspiro aunque sin la claridad de ideas de sus mejores momentos. Y se despidió del partido con un empate decepcionante pero de sabor dulce. Dulce porque su juego enseñó que es posible otra realidad en el Espanyol. Porque es un equipo capaz de jugar, combinar y llevar el peso del partido.



El Deportivo se marchó de regreso a Galicia pellizcándose para creer lo sucedido ( 0-0 ). En condiciones normales debió llevarse una goleada pero gracias a un Fabricio colosal y una fortuna inimaginable mantuvo un empate tan irreal como inmerecido.



Por Alberto Martínez (@SiempreRamosSi)

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